domingo, 2 de septiembre de 2018

Conocimos un garmi

Hace algunos años le encontramos. No fue un encuentro fortuito. Un pequeño duende de esos que impregnan ilusión y alegría a cada paso que da, nos mostró el camino para llegar hacia él.   

Tod@s esperábamos encontrar otro diminuto duendecillo con puntiagudas orejas, redonda nariz, grandes manos y graciosa boca. Pero…no fue así. Este era un ser mucho más mágico y especial de lo que cualquiera de nosotros podría haber llegado a imaginar. Era…un garmi. Eso es, ¡un garmi!

Es esbelto, de tez pálida y algo delgaducho, muy parecido al elocuente Quijote de La Mancha. Sus flacas piernas muestran el estado jovial y atlético en el se encuentra. Largos son sus brazos y sensibles son sus manos con las que convierte en poesía todo trazo que escribe. En sus dedos, impregnada está, la planta que marca la identidad de la comarca de la Vera. Diversas líneas irregulares que recorren su cara, dan constancia de la sabiduría que en él se alberga. Su nariz aguileña junto a su atípica barba y su inseparable gorra, son su seña de identidad más pura con las que no deja indiferentes a mayores ni a pequeños. 

Durante todos estos años hizo que nos convirtiéramos en golondrinas, canarios, periquitos, ninfas. Revoloteamos sobre abedules, pinos, olivos, alcornoques… Nuestros vuelos eran altos, muy altos. Debíamos tratar de que las llamas del fuego no nos alcanzaran, eso sí, haciéndolo como si de un juego se tratara. Así pudimos llegar a veinticuatro mundos en un mismo día, porque él nos ha enseñado que nada es imposible si existe la alegría. La alegría y la poesía, claro está. Nos invitó a sentarnos a la mesa con la gran Gloria Fuertes y nos mostró que teniendo una servilleta no hace falta una libreta. Él nos ha enseñado a rodar y…rodaremos.





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